Historias de la Biblia hebrea
CÓMO EL SUEÑO DE JOSÉ SE HIZO REALIDAD
Historia 17 – Génesis 41:46-42:38
Cuando José se convirtió en el líder de Egipto, siguió haciendo su trabajo como siempre. Él no estaba acostumbrado a que le sirvieran, anteriormente él era el que servía a todos y nunca tenía tiempo para él. De inmediato se puso a trabajar y su trabajo era hecho fielmente. Vio cómo la tierra producía cosechas en abundancia y que era mucho para la gente, así que les dijo que no las desperdiciaran, que las guardaran para los tiempos de hambre. Les dijo que donaran una quinta parte de lo que recogieran, y así lo hicieron y José lo almacenó todo. Al final, dejó de registrar las cantidades porque había tanto que resultaba imposible guardar cuentas.
El rey de Egipto le dio a José una esposa de la nobleza en su reino, su nombre era Asenat. Dios les dio dos hijos, al mayor le puso Manasés, que significa: “hacer olvidar”, porque José dijo: “Dios me hizo olvidar todas mis amarguras”. El segundo hijo se llamó Efraín, significa: “fructífero”, porque José dijo: “Dios me hizo fructífero en esta tierra de mi aflicción”.
Finalmente se acabaron los siete años de cosechas abundantes en toda a tierra de Egipto. Después comenzaron los siete años de hambre. En el principio, la tierra de Egipto tenía en abundancia, pero después de un tiempo algunas personas se terminaron lo que tenían, hasta que finalmente hasta en Egipto se sintió el hambre. Algunas personas no habían guardado nada, y todos le pedían al rey que los ayudara, así que el faraón los mandaba a José y les decía que hicieran de acuerdo como José decidiera. José abrió los graneros y distribuyó grano a los egipcios, porque el hambre ya era intensa en toda la tierra. Gente de todas partes llegaba a Egipto para comprarle grano a José, ya que el hambre era intensa en todas las regiones.
El hambre también llegó a Canaán, la tierra donde Jacob vivía, y aunque tenía muchas riquezas, rebaños, ganado, plata y oro, no tenía cosechas, y esto puso en peligro de hambre a la familia de Jacob, el cual era Israel. Cuando Jacob oyó que había grano en Egipto, les dijo a sus hijos: “¿Por qué están ahí sin hacer nada, mirándose uno a otro? He oído que hay grano en Egipto. Bajen a Egipto y compren suficiente grano para que sigamos con vida. De no ser así, moriremos”. Entonces los diez hermanos mayores de José bajaron a Egipto a comprar grano; pero Jacob no dejó que su hijo menor, Benjamín fuera con ellos por temor a que pudiera sufrir algún daño.
Así que los hermanos de José fueron a Egipto para comprar alimento. José ya era un hombre adulto de casi cuarenta años, vestido como un príncipe y sentado en el trono, sus hermanos obviamente no lo reconocían; ¡habían pasado casi veintitrés años desde ese día cuando lo vendieron como esclavo! Sin embargo, cuando José vio a sus hermanos, los reconoció de inmediato, pero fingió no conocerlos y les habló con dureza para ver si habían cambiado con el tiempo, o si todavía eran crueles y malvados como antes. Cuando llegaron ante él se postraron hasta el suelo, entonces José recordó los sueños que había tenido acerca de las espigas doblándose ante una. Les habló como extraños como sino entendiera su idioma y pidió que le tradujeran lo que estaban diciendo. José les siguió hablando con dureza: “¿Quiénes son ustedes? ¿De dónde viene?” “De la tierra de Canaán. Venimos a comprar alimento”, contestaron. – ¡Ustedes son espías! Han venido para ver lo débil que se ha hecho nuestra tierra para hacernos guerra. – ¡No, no mi señor! – Exclamaron –, sus siervos han venido simplemente a comprar alimento. Todos nosotros somos hermanos, miembros de la misma familia, vivimos en la tierra de Canaán con nuestro padre. “Ustedes hablan de su padre, ¿quién es, está vivo?, ¿tienen más hermanos, quienes son ustedes?” Los hermanos respondieron: –En realidad somos doce en total. Nosotros somos hijos de un hombre que vive en la tierra de Canaán. Nuestro hermano menor quedó con nuestro padre, y uno de nuestros hermanos ya no está con nosotros. “¡No, ustedes son espías! Unos de ustedes ira a traer a su hermano menor. Los demás se quedarán aquí, en la cárcel. Así sabremos si su historia es cierta o no”.
José los metió en la cárcel por tres días. Al tercer día, José les dijo: “Soy un hombre temeroso de Dios. Si hacen lo que les digo, vivirán. Escojan a uno de ustedes para que se quede en la cárcel. Los demás podrán regresar a casa con el grano para sus familias. Pero deben traerme a su hermano menor. Eso demostrará que dicen la verdad, y no morirán. Ellos no sabían que José podía entender lo que decían, y hablando entre ellos, dijeron: –Es obvio que estamos pagando por lo que le hicimos a José hace veinte años. Vimos su angustia cuando rogaba por su vida, pero no quisimos escucharlo. Por eso ahora tenemos este problema, Dios nos está dando nuestro merecido–. Rubén, (el que había tratado de salvar a José), les dijo: “¿No les dije que no pecaran contra el muchacho? Pero ustedes no me hicieron caso, ¡y ahora tenemos que responder por su sangre!”
Cuando José oyó todo eso, su corazón se blandeció y se dio cuenta que ellos de verdad estaba arrepentidos por todo lo que le habían hecho. Entonces se apartó de ellos y comenzó a llorar. Después regresó a ellos, y volvió a hablarles. Entonces escogió a Simeón e hizo que lo ataran a la vista de los demás hermanos. Después José ordenó que llenaran de grano los costales de los hombres, pero también les dio instrucciones secretas de que devolvieran el dinero del pago y lo pusieran en la parte superior del costal de cada uno de ellos. Así que los hermanos cargaron sus burros con el grano y se fueron rumbo a casa dejando atrás a su hermano Simeón en prisión. Cuando se detuvieron a pasar la noche y uno de ellos abrió su costal para sacar grano para su burro, encontró su dinero en la abertura del costal. “¡Miren!”, exclamó a sus hermanos. “Me devolvieron el dinero. ¡Aquí está en mi costal!” Entonces se les desplomó el corazón y, temblando, no querían regresar a la dureza del gobernador de Egipto. Cuando los hermanos llegaron a donde estaba su padre Jacob, le contaron todo lo que les había sucedido: “Nos exigió que llevásemos a Benjamín y encerró a Simeón en la cárcel”. Luego, al vaciar cada uno su costal, ¡encontraron las bolsas con el dinero que habían pagado por el grano! Los hermanos y su padre quedaron aterrorizados cuando vieron las bolsas con el dinero, y Jacob exclamó: “¡Ustedes me están robando a mis hijos! ¡José ya no está! ¡Simeón tampoco! Y ahora quieren llevarse también a Benjamín. ¡Todo está en mi contra!”
Entonces Rubén dijo a su padre: “Puedes matar a mis dos hijos si no te traigo de regreso a Benjamín”. Pero Jacob le respondió: “Mi hijo no ira con ustedes. Su hermano José está muerto, y él es todo lo que me queda. Si algo le pasara en el camino, ustedes mandarían a la tumba a este hombre entristecido y canoso”.